Portada del diario ABC sobre el Sputnik, el Big Bang de la Era Espacial.
Bip-bip, bip-bip… El incesante pitido procedía de una pequeña esfera de aluminio, de apenas 60 centímetros de diámetro, que giraba alrededor de la Tierra más rápido de lo que ningún artefacto ideado por el hombre lo había hecho jamás. Con unas dimensiones similares a las de una pelota de playa y cuatro largas antenas retransmitiendo su pulso vital sin interrupción, el primer satélite artificial del planeta había entrado en órbita. Se llamaba Sputnik (en español, compañero de viaje) y había sido lanzado desde la estepa kazaja por el cohete militar soviético R-7. Era el 4 de octubre de 1957.
Bip-bip, bip-bip… Repetía el Sputnik a una velocidad de 29.000 kilómetros por hora, la suficiente como para completar una vuelta al globo terráqueo cada 96 minutos. Gracias a sus “bigotes” metálicos, cualquier aparato de onda corta podía captar las señales que emitían sus dos radiotransmisores. “Escuchen ahora el sonido que separa para siempre lo antiguo de lo nuevo”, anunciaba la radio estadounidense NBC aquella noche.
Mucho se hablaba del satélite. Su vuelo alrededor del globo terráqueo había sido confirmado por astrónomos y militares, también por radioaficionados de todo el mundo. Y, sin embargo, pocos lo habían visto realmente. Los que alcanzaron a divisarlo con sus telescopios apenas captaron un punto brillante surcando el cielo. La prensa asumió la tarea de mostrar a la audiencia cómo era el satélite, cómo había sido lanzado, por dónde circulaba y de qué modo transmitía su pulso electrónico a la Tierra.
Las fases del lanzamiento del Sputnik, según tenía entendido por entonces The New York Times.
Los gráficos resultaron ser la fórmula más recurrente para explicar estos aspectos a los lectores. Inaugurada la Era del Espacio, la invasión de una nueva terminología aeroespacial llegó a la prensa. Para ilustrarla, los diarios no dudaron en publicar sencillos dibujos acompañados de extensos pies explicativos. En ellos se detallaban las supuestas fases del lanzamiento, las capas de la atmósfera que atravesó el cohete portador y las latitudes que sobrevolaba.
En una España bajo la dictadura franquista, el asunto se trató en los medios de comunicación con cierta alarma y a la vez con un inusitado interés. Según la prensa nacional, el mundo seguía con preocupación y psicosis el curso del supuesto “genio satánico de Rusia”. Y, como en el resto del mundo, las principales cabeceras nacionales le dedicaron portadas y suplementos especiales durante toda una semana.
La Vanguardia Española sería el único diario que por entonces se atrevió a publicar un diseño tentativo de su aspecto, su interior y su funcionamiento, basado en las indicaciones de la Sociedad Astronómica de México.
Osada aproximación al diseño del Sputnik del diario catalán, por entonces denominado La Vanguardia Española
Reconozco que me cuesta resistirme a incluir este divertido extracto del corresponsal Ángel Zúñiga, una de las firmas más prolíficas de la cabecera. Así lo contaba con cinismo desde Nueva York un 8 de octubre de 1957.
Encontrarse con una realidad como la enviada a los espacios por los rusos ha causado la mayor consternación nacional que se recuerda. Claro, aquí no sirve lo de las películas en donde John Wayne, por ejemplo, metería en cintura a los hombres de ciencia rusos, les haría comprender la superioridad de la democracia y se casaría con una muchacha bolchevique para redimirla, mostrándole la superioridad de las neveras, de la televisión y del último coche nacido en Detroit.
The New York Times fue con diferencia el diario estadounidense que hizo un uso más prolífico de los gráficos como recurso periodístico. En su afán didáctico, hizo hueco en los pies de imagen para explicaciones divulgativas sobre las órbitas, el sentido de la rotación del planeta, las fases de lanzamiento y nociones básicas sobre el efecto Dopler útiles para la interpretar las señales radiofónicas recibidas.
Por su parte, The Washington Post coloca a Estados Unidos en todos y cada uno de los mapas en el centro de referencia. Dentro de esta visión centrada en el continente americano, incide en las trayectorias que el satélite realiza a lo largo de los días sobre su territorio. Tampoco se pierde la ocasión de explicar la velocidad de la que llaman la “luna roja” y su trayectoria con respecto a la rotación de la Tierra, la dirección de la misma o cada cuánto tiempo la circunda el satélite.
En uno de sus dibujos representó una hipotética estación espacial como “bus stop” (parada de autobús) en el Espacio, a 1.600 kilómetros de distancia (la Estación Espacial Internacional orbita a unos 360 kilómetros). Con una perspectiva optimista, se habla inmediatamente del siguiente paso en la conquista del espacio exterior de acuerdo con “muchos científicos”: el de los viajes interplanetarios. Y si bien se señala que los rusos ya hablan de viajes a Marte en unos años, se recuerda a continuación que Estados Unidos “aún trabaja para lanzar su primer satélite”.
The Washington Post comenzaba ya a hablar de estaciones espaciales como escala hacia otros cuerpos del Sistema Solar.