fuente: Cienciaes
Galileo. La pluma y el martillo.
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Tomen ustedes un martillo con la mano derecha y una pluma de ave con su mano izquierda, eleven los brazos hasta situar ambos objetos a la misma altura y suéltenlos a la vez. No es difícil imaginar lo que sucederá. El martillo caerá en línea recta, cada vez más veloz, hasta chocar pesadamente contra el suelo; la pluma, en cambio, se balanceará lenta y suavemente en el aire, trazando un camino caprichoso arrastrada por la más tenue brisa, hasta aterrizar delicadamente mucho más tarde que el martillo.
Aristóteles decía que los cuerpos más pesados caen a tierra con mayor velocidad que los más livianos. Así fue aceptado durante más de 1.900 años, por dos razones: porque lo decía el gran Aristóteles y porque era evidente a los ojos. Lo malo es que extendió su máxima a todos los cuerpos, ya se movieran en el aire o en el vacío, y cuando los razonamientos no se apoyan en la experimentación se suele meter la pata.
Antes de Galileo hubo quienes dudaban de las afirmaciones del griego. En el siglo I a.C., apenas 300 años después de la muerte de Aristóteles, el poeta y filósofo romano Lucrecio dejó bien claras sus dudas en un poema didáctico titulado Sobre la naturaleza de las cosas (De rerum natura). Era una obra extensa, escrita en seis tomos, que defendía la idea de Demócrito sobre un Universo compuesto de átomos. En un pasaje, Lucrecio escribe: " a través del vacío inalterado, todos los cuerpos deben desplazarse a velocidades iguales, aunque estén impelidos por pesos desiguales".
Pero, Lucrecio decía esas cosas sin ninguna demostración previa, como Aristóteles, por si esto fuera poco, el romano defendía una humanidad liberada de los dioses y el ateísmo nunca ha estado bien visto, especialmente por los poderes religiosos. En resumen, Aristóteles le ganó la partida.
Así estaban las cosas a principios del siglo XVII, cuando Galileo Galilei decidió hacer lo que nadie había hecho hasta entonces: experimentar. Lo ideal hubiera sido dejar caer un martillo y una pluma en un ambiente sin aire, pero en aquellos tiempos no había medios para crear un vacío artificial. Según cuenta un alumno del sabio, Vincenzo Viciani, Galileo llevó a cabo una demostración pública lanzando cuerpos de distinto peso desde lo alto de la Torre Inclinada de Pisa, un hermoso experimento sobre el que hay dudas porque Galileo nunca lo mencionó en sus escritos. Lo que sí es cierto es que el sabio diseñó una serie de experimentos, exquisitamente realizados, consistentes en hacer rodar bolas de distinto peso por planos inclinados. Al rodar, la aceleración de los cuerpos es menor y el sabio podía medir y comparar el tiempo que tardaban en llegar a la base de la rampa.
Galileo decía" la razón debe intervenir cuando los sentidos nos fallan " y, dado que vivía en una época en la que los sentidos se apoyaban en rudimentarios aparatos experimentales -por ejemplo, utilizaba el pulso como reloj-, el sabio optó por apoyar sus ideas con ingeniosos "experimentos imaginarios".
Su razonamiento más famoso dice, más o menos, lo siguiente: Imaginemos que lanzamos una bala de cañón desde lo alto de una torre y medimos el tiempo que tarda en golpear el suelo -pongamos que tarda dos latidos-. Después, partimos la bala en dos mitades iguales y repetimos el experimento. Si Aristóteles está en lo cierto, cada media bola, al pesar la mitad, debe caer más lentamente que la bola entera. Posteriormente, atemos ambas mitades con una cuerda y lancémoslas de nuevo. El conjunto ¿caerá rápidamente como si la bola estuviera entera o lentamente puesto que está partida? Así quedó reducida al absurdo la idea de Aristóteles.
La demostración más impresionante del experimento real de Galileo tuvo que esperar muchos años, hasta la llegada del primer ser humano a la Luna. Durante uno de los viajes, concretamente el del Apolo 15, el astronauta David Scout dejó caer un martillo y una pluma ante los ojos de millones de espectadores. La ausencia de atmósfera dio la razón a Galileo: ambos objetos golpearon el suelo al mismo tiempo.