La música y la ciencia son dos viejas compañeras que han marcado la vida de muchos seres humanos, grandes y pequeños. El padre de William y Caroline Herschel era músico y, además de inculcar una excelente formación musical a sus seis hijos, después de cada comida, disfrutaba estimulando discusiones acaloradas sobre música, ciencia y filosofía. Con esa base, William y Caroline se dedicaron a la música, pero triunfaron en la ciencia.
William comprendió que hacían falta telescopios más grandes para ver los detalles del firmamento y no dudó en construir sus propios instrumentos. Caroline se unió a él en la empresa. En un principio, cuando la astronomía era sólo una afición, fundían espejos metálicos en su propia casa y los pulían con un esmero extraordinario para darles la curvatura adecuada. Influidos por su dedicación a la música, hacían los tubos de telescopio tan elegantes como violonchelos y construían los oculares con la madera noble empleada para hacer los oboes que William tocaba de joven.
Con aquellos instrumentos artesanales, ante los Herschel se abrió un mundo inexplorado que amplió de forma dramática los límites del Sistema Solar y del Universo. A los seis planetas conocidos, los Herschel añadieron uno nuevo, Urano, ampliando al doble los dominios del Sol, descubrieron dos nuevos satélites que orbitan alrededor de Saturno, Encélado y Mimas, observaron cometas, estrellas, nebulosas y galaxias. William identificó a la nebulosa de Orión como "el material caótico de soles futuros" exactamente lo que es, un espacio inmenso en el que están naciendo incontables estrellas.
Cuando, gracias al descubrimiento de Urano, William recibió una asignación de 4.000 libras para la construcción del mayor telescopio de la época, decidió fundir un espejo de 90 centímetros de diámetro, con el triple poder de resolución que el más grande construido hasta entonces. Como ninguna fundición se atrevió a hacerlo, los Herschel no dudaron en intentarlo ellos mismos. En el sótano de su casa de New King Street, construyeron un molde del lo que Caroline describió como "una inmensa cantidad de estiércol de caballo". Pueden imaginar el trabajo que suponía triturar esa masa hasta darle la forma adecuada y las condiciones que los astrónomos debieron soportar. Desgraciadamente, al echar el material fundido, el molde se agrietó y se derramó por el suelo haciendo explotar las baldosas, mientras los Herschel y sus ayudantes lograba ponerse a salvo a duras penas.
La experiencia estuvo a punto de terminar en desgracia y el rey Jorge II decidió poner su propio dinero para que la construcción se hiciera con las garantías adecuadas. Así fue cómo, bajo la dirección de William, se construyó el telescopio más grande de la época, con un espejo de 1,22 metros, alojado en un tubo de 12 metros de largo. Cuentan las crónicas que, el día de la inauguración, el rey cogió del brazo al arzobispo de Canterbury y le dijo "Venid, mi lord obispo, os mostraré el camino del cielo".
Aunque el telescopio resultó ser demasiado difícil de utilizar, los Herschel lograron descubrir con él nuevos satélites en Saturno. Después dejaron de utilizarlo y continuaron haciendo descubrimientos con otros telescopios más pequeños. Con ellos observaron unas manchas lechosas en forma de nubecillas tenues llamadas nebulosas. Al enfocar hacia ellas el telescopio, William observó que, en la mayoría de los casos, la nube se resolvía en estrellas. Así fue como descubrió que Andrómeda, la galaxia hermana de la Vía Láctea, brilla gracias al resplandor unido de millones de soles.
En un principio William creyó que todas las nebulosas eran así, pero el 13 de noviembre de 1790, observando una mancha lechosa en la constelación Taurus, descubrió que aquella nebulosa tenía una estrella en el centro exacto. Comprendió que algunas de las nebulosas no están compuestas de estrellas sino de -según sus propias palabras- de "un fluido brillante" de naturaleza desconocida. Ahora sabemos que éstas nebulosas planetarias son inmensas nubes de gas despedidas al espacio durante los últimos estertores de ciertas estrellas.
La visión de William y Carolina Herschel cambió por completo la astronomía. Los telescopios, hasta entonces construidos para mirar planetas, satélites y cometas, comenzaron a descubrir un Universo infinitamente más grande y complejo, dejando, al mismo tiempo, al ser humano, más humilde y más pequeño.