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* 1859 Algo pasa con la gravedad. Urbain Jean Joseph Leverrier

El mismo año en que Darwin publicaba su revolucionario y polémico libro, el astrónomo francés Urbain Jean Joseph Leverrier descubría ciertas discrepancias en las posiciones observadas de Mercurio respecto a las calculadas con las exactas ecuaciones de la mecánica celeste. Se trataba de una sutil anomalía que no tenía explicación.

Fuente: La ciencia de tu vida

Algo pasa con la gravedad


En 1859, el mismo año en que Darwin publicaba su revolucionario y polémico libro, el astrónomo francés Urbain Jean Joseph Leverrier descubría ciertas discrepancias en las posiciones observadas de Mercurio respecto a las calculadas con las exactas ecuaciones de la mecánica celeste. Se trataba de una sutil anomalía que no tenía explicación.

Según la mecánica newtoniana, Mercurio debe seguir una órbita elíptica alrededor del Sol. Ahora bien, si incluimos los tirones gravitacionales del resto de los planetas aparece un efecto peculiar: la órbita no se mantiene estática en el espacio, sino que empieza a rotar. Esta rotación orbital se conoce como el avance del perihelio (que es el punto de la órbita más cercano al Sol), y se puede calcular con la teoría newtoniana de la gravedad. El resultado, después de farragosos cálculos, es de 531 segundos de arco por siglo. O dicho de otro modo, el perihelio de Mercurio da una vuelta completa al Sol cada 244.000 años. Pero las observaciones de Leverrier no cuadraban con la predicción teórica: el perihelio de Mercurio iba un 8% más deprisa de lo que decía la mecánica newtoniana. Leverrier postuló que era debida a la influencia de un planeta aún no detectado orbitando entre Mercurio y el Sol, que bautizó con el nombre de Vulcano. Tras intensas e infructuosas búsquedas, los astrónomos decidieron que Vulcano no existía y dejaron aparcado en un oscuro rincón de la física la casi inapreciable discrepancia teoría-experimento de 43 segundos de arco por siglo. Una minúscula diferencia que iba a revolucionar la física.

En 1915 Albert Einstein lanzaba su relatividad general, que no es otra cosa que una nueva teoría de la gravedad que completa la formulada por Newton en 1684. Y fue esa simple chinita en el zapato de la astronomía, los 43 segundos de arco por siglo, una de las pruebas de que era correcta. La teoría de Newton no podía explicar esa diferencia tan exigua; la de Einstein, sí. En el universo hasta las más ínfimas diferencias son cruciales.

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